https://repositorio.sociales.uba.ar/items/browse?advanced%5B0%5D%5Belement_id%5D=39&advanced%5B0%5D%5Btype%5D=is+exactly&advanced%5B0%5D%5Bterms%5D=Garc%C3%ADa+Fanlo%2C+Luis+Ernesto&output=atom <![CDATA[Repositorio Digital Institucional Facultad de Ciencias Sociales-UBA]]> 2024-03-28T19:30:28-03:00 Omeka https://repositorio.sociales.uba.ar/items/show/2212 <![CDATA[Nuestra Patria : la producción de la argentinidad (como régimen de verdad) y la educación patriótica escolar (1890-1914) en el discurso de Carlos Octavio Bunge]]> ¿Cómo somos los argentinos? ¿Por qué somos como somos? ¿Existe un ser nacional?. A lo largo de la historia argentina éstas preguntas, y la búsqueda de sus respuestas fueron configurando un orden del discurso que inscribió en las prácticas sociales una subjetividad tensionada por la contradicción entre el proceso de modernización y desarrollo capitalista y el proceso de producción de la identidad nacional.

La particularidad que explicaría esta contradicción tiene como base material el proceso mismo de construcción de la sociedad argentina, en el que los procesos inmigratorios (tanto externos como internos) se constituyeron como elementos fundamentales para entender la obsesión de las clases dominantes por definir un sujeto argentino modelo, homogéneo racial y culturalmente, como condición para su adaptación a la reproducción del orden social.

Entendemos por régimen de verdad un nudo de formas de pensar y formas de hacer (racionalidades, prácticas, acontecimientos) que los hacen aceptables o evidentes en un momento dado, es decir, que los hacen existir históricamente como “sistemas de acción”, “regímenes de prácticas”, “campos de experiencias”, que definen a los sujetos y los objetos, y la relación de los sujetos con la verdad, la norma, y consigo mismos: sujeto de conocimiento; sujeto social o jurídico; sujeto ético; en suma, articulación entre sujeto, verdad, y poder.

El régimen de verdad instaurado constitutivamente con la modernidad capitalista argentina establece su supremacía a partir de definirse como científico. El positivismo es, a su vez, el paradigma a partir del cual se establece en qué consiste un saber científico y, por consiguiente, determina qué saberes deben ser descalificados por no ser científicos.

El positivismo opera presentando una discursividad que fundamenta unas prácticas sociales hacia el futuro; se trata de la idea de progreso, de perfeccionamiento siempre en proceso, de normatividad civilizatoria siempre acechada por una barbarie siempre insurgente, y que por tanto, debe continuamente perfeccionarse en tanto saber productor de saberes-sujetos, más eruditos, más eficaces, más vigilantes y correctivos. Ahí donde parece que se ha establecido definitivamente un nivel de normalidad, surge la necesidad de encontrar un nuevo saber que descubra en la normalidad una anormalidad oculta, encubierta, en suma, una virtualidad por clasificar, vigilar, corregir ó castigar.

El sujeto no es identificable con un conjunto rígido de características (una ‘naturaleza del sujeto’), ó una cosificación asumida como sustancia, sino como la derivación de un sistema de relaciones sociales caracterizada por su capacidad de acción y de autoproducción. Ni el sujeto es algo situado por encima del individuo y de la historia, ni es el individuo. El concepto de sujeto solo puede, entonces, estar basado en una teoría de la intersubjetividad. Los objetos no son cosas (aunque así las reconozcamos), sino el producto de la actividad de los individuos, y en tanto tales expresan la subjetividad socialmente existente: no son más que la cristalización del sistema de relaciones sociales que condiciona la subjetividad social.

En este contexto teórico, nuestra Tesis se propone estudiar la “argentinidad” como régimen de verdad, investigando la arqueología de los discursos y la genealogía de las relaciones de poder que entre 1890 y 1914 se desplegaron para la producción de “sujetos argentinos modelos”.

Entenderemos la “argentinidad” como una forma de hacer más que de ser, para producir unos sujetos-sujetados al orden del discurso de un estado de dominación, cuyas bases materiales requerían inscribir en el cuerpo de los sujetos unas estructuras de comportamiento reales y virtuales, afines con la reproducción del sistema capitalista argentino.

La formación del dispositivo estatal argentino, como unificador político de la nación, fue impulsado por una elite intelectual y política que adoptó el positivismo como fundamento epistemológico para construir una nación organizada científicamente. La sociedad argentina debía adaptarse a las condiciones que requería un desarrollo en orden y con progreso indefinido. En suma, articulación entre ciencia positivista e ideología liberal.

Como parte del programa modernizador, a partir de mediados del siglo XIX, se consideró necesario poblar el país, adoptándose políticas estatales de fomento de la inmigración masiva europea: gobernar era poblar. La población del país tenía un doble objetivo: transplantar la civilización europea al “desierto y la barbarie argentina” preexistente, condición para mejorar “la raza”, objetivo científico; y para dotar al proceso modernizador de fuerza de trabajo calificada, objetivo político.

Sin embargo, hacia fines del siglo XIX, los mismos intelectuales y políticos que habían diseñado, justificado, y legitimado el programa inmigratorio comenzaron a advertir que la ingeniería social para transformar a la Argentina en un país civilizado, vía el transplante poblacional, producía “efectos no deseados” que dificultaban, entorpecían, neutralizaban, ó desvirtuaban, los objetivos científicos y políticos esperados. El transplante había sido exitoso, pero los sujetos transplantados no parecían favorecer la “regeneración de la raza argentina” ni adaptarse dócilmente, en tanto fuerza de trabajo, a las condiciones del capitalismo argentino.

Los inmigrantes no eran los esperados anglo-sajones, sino españoles, italianos del sur, rusos, polacos, eslavos, considerados “razas inferiores”, es decir, no portadores de progreso y civilización; y al mismo tiempo, introducían en el país “ideologías extrañas al ser nacional”, es decir, contestatarias del orden social capitalista: no eran laboriosas masas dóciles y liberales, sino anarquistas revolucionarias.

La elite intelectual y dirigente entendió que era necesario adoptar medidas urgentes para resolver estos “efectos no deseados” de la inmigración. En el corto plazo, se adoptaron medidas de carácter represivo, como la “Ley de Residencia” de 1902, que establecía la deportación de los extranjeros “inadaptables” a su país de origen, y el uso de las fuerzas policiales y militares para reprimir las huelgas y manifestaciones anti-capitalistas de la clase trabajadora urbana y rural, que tuvieron sus puntos culminantes en la extendida huelga de inquilinos de 1907, la “Semana Roja” de 1909, y la “Ley de Defensa Social” en 1910. Pero, al mismo tiempo, una fracción mayoritaria de la elite consideró que la represión no era el medio adecuado para alcanzar los objetivos científicos y políticos que se había propuesto.

Entre 1890 y 1908, comenzó a desplegarse y conformarse un discurso que puede resumirse en el siguiente enunciado: gobernar es poblar, y poblar es educar. Pero el sentido de las políticas educativas no consistía en elevar el nivel socio-cultural de la población, sino constituir un dispositivo disciplinador. La educación debía producir identidad nacional argentina en los extranjeros, es decir, “argentinizarlos”: la argentinización consistía en producir un nuevo sujeto “argentino”, lo que suponía trastocar las costumbres, idioma, ideología, sentimientos, y prácticas sociales, que los inmigrantes traían de sus países de origen, por un nuevo modo y forma de ser.

La educación debía fabricar nuevos sujetos, para lo cual era necesario un diseño de sujeto argentino modelizado, y una tecnología educativa para hacer que los hombres y mujeres inmigrantes se transformaran a sí mismos a imagen y semejanza de ese sujeto modelizado.

Surgió así la llamada “educación o cruzada patriótica”. No se trataba de una renuncia al positivismo y al liberalismo decimonónico, sino de su adaptación “a las condiciones particulares de la sociedad argentina”: positivismo y liberalismo patrióticos o nacionalizadores. Entre 1908 y 1914, el dispositivo educativo pasó a constituirse en el centro de la red de poder estatal, articulando dispositivos preexistentes con nuevos dispositivos creados expresamente para coadyuvar a la nacionalización patriótica de la población.

Estos dispositivos, como la asistencia pública, el hospital psiquiátrico, la penitenciaría, ó la ayuda social a los pobres, hicieron emerger nuevos saberes aplicados a nuevas prácticas discursivas, tales como el higienismo, los estudios antropológicos y psiquiátricos, la criminología, el caritativismo burgués, la psicología social y la sociología.

La cruzada patriótica también se desplegó a escala social, irradiando desde la red de poder nacionalizadora hacia todos los ámbitos de la sociedad: celebración de fiestas patrias, ornamentación de escuelas, edificios públicos, parques, plazas y calles con banderas argentinas y monumentos, bustos, mausoleos y estatuas de los próceres y héroes nacionales, tanto cívicos como militares.

Al mismo tiempo, a principios del siglo XX, se tomaron medidas administrativas y de gobierno cuyo objetivo era la organización burocrática del dispositivo militar, reorganizando los escalafones, promoviendo escuelas militares, fundando grandes unidades militares, e instituyendo el servicio militar obligatorio. El dispositivo escolar debía organizarse como un cuartel militar, y el cuartel militar debía educar patrióticamente: educación pública y servicio militar, ambos obligatorios, garantizaban un flujo masivo de población por las máquinas patrióticas de hacer argentinos.

En este contexto, nuestra Tesis se propone analizar críticamente las prácticas discursivas productoras de argentinidad de uno de los agentes sociales más importantes, protagónicos, y significativos del período que estudiamos: Carlos Octavio Bunge. Este intelectual perteneciente a una familia aristocrática, fue sociólogo, jurista, escritor, dramaturgo, novelista, introductor de la psicología experimental en el país, profesor universitario y académico; su adscripción al positivismo no le impidió el intento por conciliar el cientificismo con doctrinas espiritualistas provenientes de la tradición del romanticismo alemán y español.

Convencido de que la argentinidad era “algo por construir”, orientó toda su producción discursiva a la búsqueda de una explicación del “ser nacional” argentino, y a la elaboración de instrumentos a través de los cuales transformar la heterogeneidad étnica y social del país en un colectivo homogéneo tanto en términos raciales como ético-culturales. Entendió a su manera el “crisol de razas” argentino y aportó núcleos primarios de representaciones, orientados a la subjetividad de los sectores populares, que rápidamente se convirtieron en sentido común de todos los argentinos. Para Bunge, la educación era entendida como un experimento social en gran escala para inculcar una “moral argentina”, fundada en la convicción de que el culto a la patria era la creencia llamada a reconstituir el lazo social.

En esa convicción, desarrolló una trama discursiva en la que la reproducción del orden social resultaba compatible con el progreso a partir de inculcar en los trabajadores un sistema de prácticas basado en la “aspirabilidad”, la “cultura del trabajo”, y la “lucha por la existencia” oponiéndose a “terapéuticas” basadas tanto en la psiquiatrización como la criminalización de la protesta social. De estas concepciones dedujo el concepto de “movilidad social” estamentalmente restringida: si bien la sociedad estaba dividida naturalmente en un estamento superior y otro inferior, tanto unos como otros podían evolucionar o degenerar dentro de su propio estamento.

La felicidad social consistía, entonces, en que cada quien fuera el mejor dentro de la posición social que el destino le asignó, para lo cual era necesario inculcar en el estamento inferior la aceptación de su condición social, y en el estamento superior el deber ser clase dirigente. Una vez aceptada esta “división del trabajo social” entre quienes estaban llamados a ejercer el mando y los que debían obedecer, y entre quienes debían ejercer funciones dirigentes y ser dirigidos todos debían adaptarse y aceptar que el cuerpo social sólo podía desarrollarse y evolucionar si funcionaba en forma coordinada. Todas las funciones, posiciones y roles sociales eran igualmente importantes, de la misma manera en que un organismo necesitaba tanto del cerebro como de los músculos.

La condición de aceptabilidad de estas diferencias sociales jerárquicas y desiguales entre superiores e inferiores (que a veces era enunciada en términos de raza, y otras veces en términos de clase) era la común pertenencia a un colectivo simbólico común que era la argentinidad. La patria sólo podía ser grande y poderosa si cada quien era el mejor en lo que le había tocado ser, y a la vez, ser el mejor dependía de que la patria sea la mejor entre todas las patrias.

De modo que la presente Tesis no pretende ser un estudio sobre sociología ó historia de la educación ó de historia de las ideas; tampoco nos proponemos un estudio general sobre el pensamiento de Carlos O. Bunge. Todos estos tópicos ya se encuentran debidamente estudiados y explicados por investigaciones anteriores y serán utilizados como insumos para abordar nuestra Tesis.

Constituye el objetivo general de esta Tesis mostrar los efectos de poder producidos por las prácticas discursivas de Bunge, cómo y por qué éstas fueron aceptadas, asimiladas e incorporadas socialmente a los nudos de formas de pensar y formas de hacer ya existentes en el régimen de verdad argentino.]]>
2021-11-30T11:25:06-03:00

Dublin Core

Título

Nuestra Patria : la producción de la argentinidad (como régimen de verdad) y la educación patriótica escolar (1890-1914) en el discurso de Carlos Octavio Bunge

Colaborador

Schuster, Federico Luis

Fecha

2007

Spatial Coverage

Temporal Coverage

1890-1914

Descripción

¿Cómo somos los argentinos? ¿Por qué somos como somos? ¿Existe un ser nacional?. A lo largo de la historia argentina éstas preguntas, y la búsqueda de sus respuestas fueron configurando un orden del discurso que inscribió en las prácticas sociales una subjetividad tensionada por la contradicción entre el proceso de modernización y desarrollo capitalista y el proceso de producción de la identidad nacional.

La particularidad que explicaría esta contradicción tiene como base material el proceso mismo de construcción de la sociedad argentina, en el que los procesos inmigratorios (tanto externos como internos) se constituyeron como elementos fundamentales para entender la obsesión de las clases dominantes por definir un sujeto argentino modelo, homogéneo racial y culturalmente, como condición para su adaptación a la reproducción del orden social.

Entendemos por régimen de verdad un nudo de formas de pensar y formas de hacer (racionalidades, prácticas, acontecimientos) que los hacen aceptables o evidentes en un momento dado, es decir, que los hacen existir históricamente como “sistemas de acción”, “regímenes de prácticas”, “campos de experiencias”, que definen a los sujetos y los objetos, y la relación de los sujetos con la verdad, la norma, y consigo mismos: sujeto de conocimiento; sujeto social o jurídico; sujeto ético; en suma, articulación entre sujeto, verdad, y poder.

El régimen de verdad instaurado constitutivamente con la modernidad capitalista argentina establece su supremacía a partir de definirse como científico. El positivismo es, a su vez, el paradigma a partir del cual se establece en qué consiste un saber científico y, por consiguiente, determina qué saberes deben ser descalificados por no ser científicos.

El positivismo opera presentando una discursividad que fundamenta unas prácticas sociales hacia el futuro; se trata de la idea de progreso, de perfeccionamiento siempre en proceso, de normatividad civilizatoria siempre acechada por una barbarie siempre insurgente, y que por tanto, debe continuamente perfeccionarse en tanto saber productor de saberes-sujetos, más eruditos, más eficaces, más vigilantes y correctivos. Ahí donde parece que se ha establecido definitivamente un nivel de normalidad, surge la necesidad de encontrar un nuevo saber que descubra en la normalidad una anormalidad oculta, encubierta, en suma, una virtualidad por clasificar, vigilar, corregir ó castigar.

El sujeto no es identificable con un conjunto rígido de características (una ‘naturaleza del sujeto’), ó una cosificación asumida como sustancia, sino como la derivación de un sistema de relaciones sociales caracterizada por su capacidad de acción y de autoproducción. Ni el sujeto es algo situado por encima del individuo y de la historia, ni es el individuo. El concepto de sujeto solo puede, entonces, estar basado en una teoría de la intersubjetividad. Los objetos no son cosas (aunque así las reconozcamos), sino el producto de la actividad de los individuos, y en tanto tales expresan la subjetividad socialmente existente: no son más que la cristalización del sistema de relaciones sociales que condiciona la subjetividad social.

En este contexto teórico, nuestra Tesis se propone estudiar la “argentinidad” como régimen de verdad, investigando la arqueología de los discursos y la genealogía de las relaciones de poder que entre 1890 y 1914 se desplegaron para la producción de “sujetos argentinos modelos”.

Entenderemos la “argentinidad” como una forma de hacer más que de ser, para producir unos sujetos-sujetados al orden del discurso de un estado de dominación, cuyas bases materiales requerían inscribir en el cuerpo de los sujetos unas estructuras de comportamiento reales y virtuales, afines con la reproducción del sistema capitalista argentino.

La formación del dispositivo estatal argentino, como unificador político de la nación, fue impulsado por una elite intelectual y política que adoptó el positivismo como fundamento epistemológico para construir una nación organizada científicamente. La sociedad argentina debía adaptarse a las condiciones que requería un desarrollo en orden y con progreso indefinido. En suma, articulación entre ciencia positivista e ideología liberal.

Como parte del programa modernizador, a partir de mediados del siglo XIX, se consideró necesario poblar el país, adoptándose políticas estatales de fomento de la inmigración masiva europea: gobernar era poblar. La población del país tenía un doble objetivo: transplantar la civilización europea al “desierto y la barbarie argentina” preexistente, condición para mejorar “la raza”, objetivo científico; y para dotar al proceso modernizador de fuerza de trabajo calificada, objetivo político.

Sin embargo, hacia fines del siglo XIX, los mismos intelectuales y políticos que habían diseñado, justificado, y legitimado el programa inmigratorio comenzaron a advertir que la ingeniería social para transformar a la Argentina en un país civilizado, vía el transplante poblacional, producía “efectos no deseados” que dificultaban, entorpecían, neutralizaban, ó desvirtuaban, los objetivos científicos y políticos esperados. El transplante había sido exitoso, pero los sujetos transplantados no parecían favorecer la “regeneración de la raza argentina” ni adaptarse dócilmente, en tanto fuerza de trabajo, a las condiciones del capitalismo argentino.

Los inmigrantes no eran los esperados anglo-sajones, sino españoles, italianos del sur, rusos, polacos, eslavos, considerados “razas inferiores”, es decir, no portadores de progreso y civilización; y al mismo tiempo, introducían en el país “ideologías extrañas al ser nacional”, es decir, contestatarias del orden social capitalista: no eran laboriosas masas dóciles y liberales, sino anarquistas revolucionarias.

La elite intelectual y dirigente entendió que era necesario adoptar medidas urgentes para resolver estos “efectos no deseados” de la inmigración. En el corto plazo, se adoptaron medidas de carácter represivo, como la “Ley de Residencia” de 1902, que establecía la deportación de los extranjeros “inadaptables” a su país de origen, y el uso de las fuerzas policiales y militares para reprimir las huelgas y manifestaciones anti-capitalistas de la clase trabajadora urbana y rural, que tuvieron sus puntos culminantes en la extendida huelga de inquilinos de 1907, la “Semana Roja” de 1909, y la “Ley de Defensa Social” en 1910. Pero, al mismo tiempo, una fracción mayoritaria de la elite consideró que la represión no era el medio adecuado para alcanzar los objetivos científicos y políticos que se había propuesto.

Entre 1890 y 1908, comenzó a desplegarse y conformarse un discurso que puede resumirse en el siguiente enunciado: gobernar es poblar, y poblar es educar. Pero el sentido de las políticas educativas no consistía en elevar el nivel socio-cultural de la población, sino constituir un dispositivo disciplinador. La educación debía producir identidad nacional argentina en los extranjeros, es decir, “argentinizarlos”: la argentinización consistía en producir un nuevo sujeto “argentino”, lo que suponía trastocar las costumbres, idioma, ideología, sentimientos, y prácticas sociales, que los inmigrantes traían de sus países de origen, por un nuevo modo y forma de ser.

La educación debía fabricar nuevos sujetos, para lo cual era necesario un diseño de sujeto argentino modelizado, y una tecnología educativa para hacer que los hombres y mujeres inmigrantes se transformaran a sí mismos a imagen y semejanza de ese sujeto modelizado.

Surgió así la llamada “educación o cruzada patriótica”. No se trataba de una renuncia al positivismo y al liberalismo decimonónico, sino de su adaptación “a las condiciones particulares de la sociedad argentina”: positivismo y liberalismo patrióticos o nacionalizadores. Entre 1908 y 1914, el dispositivo educativo pasó a constituirse en el centro de la red de poder estatal, articulando dispositivos preexistentes con nuevos dispositivos creados expresamente para coadyuvar a la nacionalización patriótica de la población.

Estos dispositivos, como la asistencia pública, el hospital psiquiátrico, la penitenciaría, ó la ayuda social a los pobres, hicieron emerger nuevos saberes aplicados a nuevas prácticas discursivas, tales como el higienismo, los estudios antropológicos y psiquiátricos, la criminología, el caritativismo burgués, la psicología social y la sociología.

La cruzada patriótica también se desplegó a escala social, irradiando desde la red de poder nacionalizadora hacia todos los ámbitos de la sociedad: celebración de fiestas patrias, ornamentación de escuelas, edificios públicos, parques, plazas y calles con banderas argentinas y monumentos, bustos, mausoleos y estatuas de los próceres y héroes nacionales, tanto cívicos como militares.

Al mismo tiempo, a principios del siglo XX, se tomaron medidas administrativas y de gobierno cuyo objetivo era la organización burocrática del dispositivo militar, reorganizando los escalafones, promoviendo escuelas militares, fundando grandes unidades militares, e instituyendo el servicio militar obligatorio. El dispositivo escolar debía organizarse como un cuartel militar, y el cuartel militar debía educar patrióticamente: educación pública y servicio militar, ambos obligatorios, garantizaban un flujo masivo de población por las máquinas patrióticas de hacer argentinos.

En este contexto, nuestra Tesis se propone analizar críticamente las prácticas discursivas productoras de argentinidad de uno de los agentes sociales más importantes, protagónicos, y significativos del período que estudiamos: Carlos Octavio Bunge. Este intelectual perteneciente a una familia aristocrática, fue sociólogo, jurista, escritor, dramaturgo, novelista, introductor de la psicología experimental en el país, profesor universitario y académico; su adscripción al positivismo no le impidió el intento por conciliar el cientificismo con doctrinas espiritualistas provenientes de la tradición del romanticismo alemán y español.

Convencido de que la argentinidad era “algo por construir”, orientó toda su producción discursiva a la búsqueda de una explicación del “ser nacional” argentino, y a la elaboración de instrumentos a través de los cuales transformar la heterogeneidad étnica y social del país en un colectivo homogéneo tanto en términos raciales como ético-culturales. Entendió a su manera el “crisol de razas” argentino y aportó núcleos primarios de representaciones, orientados a la subjetividad de los sectores populares, que rápidamente se convirtieron en sentido común de todos los argentinos. Para Bunge, la educación era entendida como un experimento social en gran escala para inculcar una “moral argentina”, fundada en la convicción de que el culto a la patria era la creencia llamada a reconstituir el lazo social.

En esa convicción, desarrolló una trama discursiva en la que la reproducción del orden social resultaba compatible con el progreso a partir de inculcar en los trabajadores un sistema de prácticas basado en la “aspirabilidad”, la “cultura del trabajo”, y la “lucha por la existencia” oponiéndose a “terapéuticas” basadas tanto en la psiquiatrización como la criminalización de la protesta social. De estas concepciones dedujo el concepto de “movilidad social” estamentalmente restringida: si bien la sociedad estaba dividida naturalmente en un estamento superior y otro inferior, tanto unos como otros podían evolucionar o degenerar dentro de su propio estamento.

La felicidad social consistía, entonces, en que cada quien fuera el mejor dentro de la posición social que el destino le asignó, para lo cual era necesario inculcar en el estamento inferior la aceptación de su condición social, y en el estamento superior el deber ser clase dirigente. Una vez aceptada esta “división del trabajo social” entre quienes estaban llamados a ejercer el mando y los que debían obedecer, y entre quienes debían ejercer funciones dirigentes y ser dirigidos todos debían adaptarse y aceptar que el cuerpo social sólo podía desarrollarse y evolucionar si funcionaba en forma coordinada. Todas las funciones, posiciones y roles sociales eran igualmente importantes, de la misma manera en que un organismo necesitaba tanto del cerebro como de los músculos.

La condición de aceptabilidad de estas diferencias sociales jerárquicas y desiguales entre superiores e inferiores (que a veces era enunciada en términos de raza, y otras veces en términos de clase) era la común pertenencia a un colectivo simbólico común que era la argentinidad. La patria sólo podía ser grande y poderosa si cada quien era el mejor en lo que le había tocado ser, y a la vez, ser el mejor dependía de que la patria sea la mejor entre todas las patrias.

De modo que la presente Tesis no pretende ser un estudio sobre sociología ó historia de la educación ó de historia de las ideas; tampoco nos proponemos un estudio general sobre el pensamiento de Carlos O. Bunge. Todos estos tópicos ya se encuentran debidamente estudiados y explicados por investigaciones anteriores y serán utilizados como insumos para abordar nuestra Tesis.

Constituye el objetivo general de esta Tesis mostrar los efectos de poder producidos por las prácticas discursivas de Bunge, cómo y por qué éstas fueron aceptadas, asimiladas e incorporadas socialmente a los nudos de formas de pensar y formas de hacer ya existentes en el régimen de verdad argentino.

Idioma

spa

Extent

214 p.

Derechos

info:eu-repo/semantics/openAccess
Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.0 Genérica (CC BY-NC-ND 2.0)

Formato

application/pdf

Cobertura

ARG
1890-1914

Tesis Item Type Metadata

Título obtenido

Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias Sociales

Institución otorgante

Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales

Lugar de edición

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