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  • Descripción es exacto "A Juan Hipólito Vieytes se lo suele identificar como el conspirador de la jabonería en el período revolucionario de Mayo pero no con el periodista y lector voraz que publicó entre 1802 y 1807 el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (SAIC). Allí bregaba por la incorporación de nuevos saberes en los ámbitos circunscriptos a la esfera del título del periódico para lograr una mayor prosperidad económica en el virreinato. Para rastrear, en los cinco tomos en que se encuentra dividido el Semanario, las huellas de la lectura en páginas que son terreno fértil para las reflexiones ilustradas sobre la agricultura es en alguna manera la tarea del médium que invoca en presente a un lector fantasmático. La representación de la lectura aparece a escondidas entre escritos dedicados a los temas que le dan nombre al periódico. Escardar la superficie del texto para encontrar los lectores que se configuran no en su interior como una mera función semiótica sino por fuera del entramado textual, es buscar las huellas de un gesto fosilizado.

    La lectura, para Roger Chartier y Guglielmo Cavallo (1998:15), “[... no sólo es] una operación intelectual abstracta: es [también] una puesta a prueba del cuerpo, la inscripción en un espacio, la relación consigo mismo o con los demás”. El cuerpo sensible, puede pensarse, como condición de posibilidad de la lectura, que se encuentra entre los siglos XVIII y XIX ante un nuevo espacio, tanto privado como público. El cuerpo en soledad, en introspección, en el ámbito privado donde cultiva su imaginación y deseos más oscuros con las lecturas libertinas, el cuerpo enfermo del onanista, el cuerpo del lector suicida wertheriano, se configura de manera individual. El hábito de la lectura es para Chartier (1999: 195), tras los pasos de Pierre Bourdieu y Norbert Elias, la interiorización por parte de un sujeto del mundo social y de su posición en él, que se expresa a través de sus maneras de clasificar, hablar y actuar. Encontrar entre los pliegos del SAIC al lector es también dar cuenta de la manera en que se representa su mundo, en la manera que lo habita.

    Recuperar la materialidad no sólo del cuerpo del lector sino también del impreso como dador de sentido es una de las tareas que enfrenta la historia de la cultura escrita. Los textos no existen por fuera de la materialidad que les da existencia, desde un manuscrito, un impreso hasta la oralidad o la puesta en escena. Exiguamente se dejará entrever más adelante un breve acercamiento a esta problemática pero se hará especial hincapié en hacer presente, al menos, dos tipos de lector que aparecen a hurtadillas en el Semanario. Por un lado el cuerpo de la barbarie, de la naturaleza, del buen salvaje que debe entrar en razón en pos del bien común a través de la lectura disciplinaria, controlada del catecismo. Por el otro, el cuerpo erógeno, del placer lector, de la pasión solitaria, del diálogo con sí mismo que no tiene como finalidad lograr la prosperidad del pueblo sino regodearse en las palabras, donde cada libro es un mundo y tal vez sea el mejor de los mundos posibles, donde las palabras se arremolinan como el sonido al interior del caracol para disfrutar sin compañía. Distintas manera de enfrentarse al mundo impreso. Con el dolor por la tunda recibida al errar en dar la respuesta correcta y otra con el placer culpable, inconfesable del vicio solitario.

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