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  • Descripción es exacto "Un día me encontré de casualidad con unas fotocopias del prólogo al libro Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror, compilación de Ana Basualdo de las notas periodísticas de un tal Enrique Raab. Me sorprendió el apellido primero y lo que leí después: “La fuerza de su escritura está en la rapidez, el fogonazo, el movimiento de travelling de frases.” ¿Quién era este Raab?

    Lo más curioso fue que en esas fotocopias no había ni una sola de esas notas, sólo un prólogo tan contundente como prometedor. “No son adornos, sino momentos construidos para el lector. No información política precisa por un lado y “nota de color” por otro. Momentos: personajes, consignas, discursos, bebidas, quejas, hoteles, ranchos”.

    Ese mismo día recorrí varias librerías de Av. Corrientes y por allí perdido, en mesa de saldos, encontré un ejemplar del libro: nunca más volví a despegar mis ojos de sus páginas. Varias preguntas me hacía: ¿Por qué nunca había escuchado hablar de él?, ¿Cómo es que en esta profesión de periodista que ejerzo y enseño nadie nunca nombró a este tipo?¿Cuál o cuáles son los factores de su ignominia?

    Dispuesta a develarlo me compenetré con la persona, y confieso, con el personaje. Entré en el universo raabiano para nunca más salir. Entonces, las preguntas que me hacía, comencé a hacérselas a los demás: rastreé a sus amistades, parientes, compañeros de redacción, aprendices, enemigos. A estos últimos no los encontré.

    Y mientras intentaba dar con su hermana descubrí el teléfono de un tal Enrique Raab, en la calle Viamonte 332. Me paralicé: sabía que el departamento de donde se lo llevaron quedaba en la calle Viamonte, aunque no tenía el dato preciso de la numeración …¿sería posible que veintisiete años más tarde el teléfono siguiera estando a su nombre? Con la mano temblante marqué el número: no atendió nadie. No atendió nadie a las once de la mañana, ni a las tres de la tarde cuando repetí el llamado, ni a las diez de la noche. No atendió nadie nunca.

    Tiempo después, en la primera entrevista que pauté para la confección de este trabajo, me encontré con Ernesto Schoó, su amigo íntimo, que me confirma que esa es la dirección de Enrique. Además, me brinda los cinematográficos detalles de los últimos minutos que se conocen de Raab.

    Pasaron las semanas y yo seguía llamando al teléfono. Nada.

    Un día fui. Viamonte 332, quinto piso, departamento 45. Entré al señorial edificio, impecable, con escaleras de mármol y detalles en un bronce reluciente. Tomé el ascensor, antiguo, chiquito. Llegué hasta la puerta. Esperé.

    “Esa madrugada de abril, serían las tres de la mañana... yo oí unos tiros, pero en esa época en esa zona cercana a Retiro, al puerto, no era muy raro. O sea que yo decidí seguir durmiendo hasta que sentí el olor a pólvora. Y dije: “¡Esto es aquí!” En ese momento todavía hacía calor, entonces yo tenía la ventana abierta pero las persianas cerradas. Y seguramente han subido a la terraza con focos muy potentes porque ese patio que nos separaba estaba todo iluminado, y se oyó una voz por altavoz, que decía: “¡Nadie se asome, apaguen las luces!”. Una orden así, imperiosa. Igual yo traté de ver por las hendijas pero era imposible ver nada, con la luz esa, pero se veía la luz prendida de él y se oían los ladridos de las perritas. Después silencio.” Así recuerda Ernesto Schoó, que además de íntimo amigo era vecino de Enrique, el momento en que lo secuestran.

    Allí estaba yo veintisiete años después. Y la puerta del departamento 45, del quinto piso, aún tenía impactos de bala.

    En ese patio interno del que me había hablado Schoó, y que en mi imaginación era mucho más grande y menos estrecho, encontré a un joven regando las plantas. Me miró con desconcierto. Le dije balbuceante que estaba escribiendo sobre una persona que había vivido en ese edificio y me contestó: “¡Ah! ¡El periodista!”
    - ¿Vos trabajás en la portería?
    - Sí, soy el nieto de la encargada.
    - ¿La señora Olga? –pregunté casi adivinando la respuesta. Ernesto me había dicho que fue Olga quien le contó cómo fue que se lo llevaron a Enrique.
    - Sí, está adelante, es la mujer con bastón.

    “A las siete de la mañana bajé a ver al portero que vivía ahí con su familia. Y estaba la mujer, Olga, que me contó que habían entrado a la madrugada, los habían reducido a ellos, les habían dicho que se callaran la boca y los habían encerrado. Pero ella había podido pispear un poco cuando se lo llevaron a Enrique. Según ella iba con la cabeza tapada dejando un reguero de sangre. Me confesó que ella había enrollado la alfombra hacía un rato para que no se vieran las manchas.”

    Así fue que Enrique Raab entró a mi vida. Después vinieron las tareas de rigor; las notas, averiguaciones, entrevistas, visitas interminables a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional y del Congreso de la Nación, libros, apuntes, consultas. Durante meses desdoblé mi vida para compartirla con Enrique. Y fue un placer que ahora, con el trabajo terminado, empiezo a extrañar."
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