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  • Descripción es exacto "Un joven acaba de colgar un cartel en las rejas del frente de Casa Rosada que dice “Fuerza Cristina”. El cronista de Telefé se acerca y le pregunta qué lo llevó a estar ahí y a hacer eso. El joven apenas puede hablar. Lo hace a punto de quebrarse y con lágrimas en los ojos: “Se me ocurrió hacerlo como una forma de demostrar mi cambio…Como yo era una de las personas que siempre lo insultaba en la época de todo el quilombo con el campo, lo mínimo que puedo hacer es esto… lo mínimo”.

    La escena se desarrolla en Plaza de Mayo el día del velorio de Néstor Kirchner (en adelante, NK). El testimonio es uno entre muchos, pero ilustra a las claras cuál es el primer cambio a nivel político que traería aparejado la muerte del ex presidente. Elegimos este testimonio para empezar porque contiene lo esencial de lo que pretendemos contar. La muerte de los líderes políticos sin duda marcan un antes y un después en la vida de un país. En Argentina, cuando hablamos de este tipo de desapariciones, inmediatamente se nos vienen a la cabeza los multitudinarios velorios de Hipólito Yrigoyen, de Eva Duarte o de Juan Domingo Perón. Y esas tres desapariciones dieron lugar a un rearmado del mapa político del momento en que sucedieron: en el caso de Yrigoyen significó la pérdida del primer líder político elegido democráticamente y apoyado por las multitudes populares; la pérdida de Eva Duarte en 1952, llorada por los sectores más humildes de la sociedad, significó un golpe anímico grande para el gobierno de Juan D. Perón y tal vez haya preparado el terreno para el golpe militar que lo terminó derrocando en 1955; por último, la muerte de Perón en 1974 significó la desaparición física del líder político argentino, sin dudas, con más influencia durante el siglo XX, en el que gran parte de la sociedad había depositado todas sus esperanzas luego del largo triunvirato de dictaduras de Onganía, Levingston y Lanusse. Quizás esta muerte haya sido la que allanó una vez más el camino a los militares para retomar el poder en marzo de 1976.

    En julio de 2009 el Frente Para la Victoria perdió las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires con NK como candidato. La época de “todo el quilombo con el campo” al que hace referencia el testimonio que citamos arriba es marzo de 2008, momento en que el enfrentamiento con el sector patronal rural puso en jaque al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (en adelante, CFK). Un año más tarde de aquel conflicto, el oficialismo parecía estar en retirada. Periodistas, encuestadores, políticos opositores y analistas vaticinaban “el fin de la era kirchnerista”. De cara a las elecciones presidenciales de 2011 el panorama no era para nada alentador en el Frente Para la Victoria (FpV): el líder del movimiento y potencial sucesor de CFK acababa de sufrir una inesperada derrota electoral; la crisis económica mundial desencadenada en Estados Unidos mostraba algunos coletazos en la economía doméstica (caída del PBI y de las inversiones privadas), y por primera vez en seis años hubo un leve aumento del nivel de desempleo. El kirchnerismo comenzó a mostrar dificultades para generar consensos y su hegemonía estaba en jaque.

    El 27 de octubre de 2010 marcó, como en los casos citados anteriormente, un antes y un después en la vida política Argentina. Apenas ocurrida la muerte de NK, la sensación general fue de incertidumbre. El líder del FpV había sabido mantenerse en el centro de la escena política, concentrando poder aun sin ejercer ningún cargo de gobierno. Al momento de su muerte era el Presidente del Partido Justicialista (PJ) y mentor del frente que gobernaba el país desde hacía siete años, su gobierno había tenido consenso entre las clases medias de la sociedad, acaso consecuencia de una aceptable gestión que significó la salida definitiva de la crisis de 2001. En torno a su figura se proyectaban todos los posibles escenarios políticos a futuro: quienes lo apoyaban, lo veían como el sucesor de CFK en 2011; quienes lo rechazaban, sabían que para llegar al poder tenían que derrotarlo electoralmente, una tarea que no parecía fácil pero tampoco imposible luego de la experiencia de 2009.

    En un texto titulado Néstor Kirchner, legados y desafíos, del 28 de octubre de 2010, Atilio Borón afirmaba: “Es indiscutible que la inesperada y prematura desaparición de Néstor Kirchner tendrá un enorme impacto sobre la vida política argentina. Sucintamente podría decirse, primero, que con él desaparece el político más influyente de la Argentina, el que marcaba la agenda de la discusión pública y el ritmo de la vida política nacional” (Borón, 2010) (el subrayado es nuestro).

    Como dijimos, la hegemonía que NK había logrado construir desde 2003 había entrado en crisis hacia 2009. El kirchnerismo perdía parte del apoyo de los sectores medios, y esto se había visto reflejado en las urnas. La sensación de vacío de poder que generó la desaparición física del ex presidente en octubre de 2010 abrió numerosos interrogantes sobre del futuro político del país. ¿Era realmente el fin de la era kirchnerista? Para Borón, la cuestión dependía de que CFK supiera mover su cintura política con eficacia: “De todos modos, para responder a los desafíos del momento Cristina Fernández tendrá que contar con mucho apoyo, reforzar su articulación con las clases y capas populares mediante la rápida implementación de políticas sociales y económicas más efectivas (y, en algunos casos, largamente demoradas) y, sobre todo, mantener a raya a los aparatos que se arrogan una representación popular que en realidad no tienen y que pueden interferir negativamente en el crucial último año de su mandato y en sus perspectivas electorales.” (Borón, 2010)

    En una nota titulada “Desde el cielo…con Perón”, publicada el 29 de octubre por Semanario Brecha, el periodista Pablo Stefanoni afirmaba: “Hasta ahora Kirchner era quien marcaba la agenda, dividía aguas e inspiraba temor en no pocos leales y enemigos.” Y más adelante también se preguntaba por el futuro de Cristina: “Ahora se verá si existe o no el ´cristinismo`" (Stefanoni, 2010)

    La crisis hegemónica del kirchnerismo por un lado, y la muerte repentina de su líder por el otro, impedían llegar a conclusiones certeras sobre el futuro político nacional, y sobre el resultado de las elecciones presidenciales que se llevarían a cabo al año siguiente. La incógnita era qué pasaría con el poder que NK había concentrado en su puño. ¿Sería su esposa lo suficientemente hábil para heredarlo? ¿Habría algún líder de la oposición capaz de quedarse con parte de ese poder y aprovechar la debilidad del kirchnerismo, que parecía llegar al ocaso?"
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